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Inspírate con nuestros posts de arte, moda y motivación



Santo Domingo, R.D. – La agencia de modelos Dominican Runway celebró por todo lo alto la novena edición de su emblemático desfile City Runway, que este año llevó por título “Unruly: the wildest fashion show”, una propuesta vibrante donde la moda y el arte urbano se fusionaron para ofrecer una experiencia visual sin precedentes.


Bajo la dirección creativa de Enmanuel de León, el evento reunió el talento de nueve diseñadores dominicanos, quienes presentaron colecciones audaces y cargadas de identidad. El desfile abrió con la firma Lagasca, del diseñador Raudy Báez, y cerró con fuerza con la propuesta de Melvin Henríquez.


También formaron parte de la cartelera nombres destacados como Iban Báez, Juan Carlos Tavárez, Adolfina Lluberes, Edier, Yaco, y por primera vez, Atenea Méndez, quien debutó con su marca Goddthea. La propuesta de trajes de baño corrió a cargo de la diseñadora Khriss Arias, en una colaboración memorable junto a la cantante Daleela, quienes juntas ofrecieron un desfile de lujo.


Como parte del espectáculo, los modelos de la agencia presentaron una performance final en la que cada uno construyó su propia “propuesta salvaje”, mostrando libertad creativa y autenticidad sobre la pasarela. El arte no se limitó a la moda: la danza también estuvo presente gracias a una actuación especial de los bailarines Breizon y Ángel, ambos egresados de la Escuela Nacional de Danza.


Desde su fundación en 2017, Dominican Runway continúa apostando por el talento local y el desarrollo de la industria de la moda en República Dominicana, posicionándose como una plataforma clave para las nuevas generaciones de diseñadores, modelos y artistas visuales.



Por Gustavo A. Ricart, Cineasta y Crítico de arte.


Desde que existen, los Premios Oscar se han presentado como el estándar supremo del cine. El termómetro que nos dice qué película fue “la mejor” y quién se lleva la estatuilla dorada por “hacer arte”. Pero si uno rasca apenas un poquito la superficie reluciente de esa figura dorada, lo que aparece es menos una celebración del talento… y más una tragicomedia de omisiones, favoritismos, y decisiones tan absurdas que dan ganas de pensar que todo es una sátira demasiado bien escrita.


Bienvenidos a la verdadera historia de los Oscars: un desfile de errores con smoking.


Primera década: donde empezó la tradición del desatino


Cuando la Academia se fundó en 1927, Hollywood todavía estaba inventándose a sí mismo. El cine era una forma de arte nueva, explosiva, con creatividad por todos lados. ¿La Academia? Desde el minuto uno se encargó de elegir lo más aburrido de la cartelera. En 1931, “Cimarron” ganó el Oscar a Mejor Película. ¿Quién la recuerda? Exacto. Ese mismo año, se estrenaron City Lights, Frankenstein, Drácula. Pero claro, Chaplin no hablaba (literalmente), y los monstruos daban miedo. Mejor premiar un western olvidable.


Y así empezó la tradición: ignorar obras maestras y premiar lo que parecía más “serio”. En 1933, “Cavalcade” se llevó el premio mientras Duck Soup de los Hermanos Marx ni siquiera fue nominada. King Kong, pionera en efectos especiales, fue descartada por no tener suficientes monólogos dramáticos sobre la condición humana. Una costumbre que, como veremos, jamás desapareció.


Años 40: la descaradez hecha statuette


Si la primera década fue confusa, los años cuarenta fueron directamente un “yo hago lo que quiero”. En 1941, Citizen Kane —considerada hoy como la mejor película de todos los tiempos— perdió contra How Green Was My Valley, un drama galés sobre la minería. ¿El problema? Orson Welles era joven, insolente y más talentoso que toda la Academia junta. Había que bajarle los humos.


It’s a Wonderful Life, un clásico navideño eterno, también fue ignorada. ¿El motivo? Tal vez no tenía suficiente patriotismo de posguerra o el título no incluía “años difíciles”. Mientras tanto, el cine negro, con su estilo, complejidad y audacia, fue sistemáticamente ignorado. La idea de premiar algo “cool” parecía escandalosa.


Años 50: oro en la pantalla, plomo en los sobres


Mientras el cine vivía una era dorada, la Academia estaba más perdida que un influencer en una biblioteca. En 1952, Singin’ in the Rain y High Noon fueron ignoradas en favor de The Greatest Show on Earth, una película de circo. Literal. El mayor espectáculo del mundo… de la mediocridad.


¿Y Hitchcock? El tipo que reinventó el suspenso, jugó con la mente del espectador y nos hizo temer a las duchas. Nunca ganó un Oscar como Mejor Director. ¿La compensación? Un Oscar honorífico, también conocido como el “disculpa por ignorarte mientras estabas vivo”.


Años 60: revolución afuera, siesta adentro


Los años 60 fueron la explosión creativa en el cine global: Fellini, Godard, la Nouvelle Vague, el nuevo cine americano. ¿La Academia? Tomando té con galletitas y premiando musicales y dramas de época. En 1964, My Fair Lady se impuso a Dr. Strangelove, una sátira que todavía se estudia en universidades. Y en 1968, ignoraron 2001: Odisea del Espacio. Al parecer, la ciencia ficción era cosa de nerds antes de que fuera cool.


Bonnie and Clyde, Easy Rider, El Graduado… películas que definieron una era. Todas ignoradas o subestimadas. Pero hey, ¡qué lindos eran los trajes de época!


Años 70: el mejor cine, los peores ganadores


Si los 70 fueron la edad de oro del cine estadounidense, también fueron el manual de “cómo no premiar lo evidente”. Apocalypse Now perdió contra Kramer vs. Kramer. Taxi Driver, Network y All the President’s Men compitieron en 1976, pero ganó Rocky. Sí, Rocky es un ícono, pero ¿la mejor película de esa terna? Eso es como decir que la mejor comida italiana es el espagueti con kétchup.


Y mientras tanto, Halloween, Carrie, La masacre de Texas… ni una nominación. El horror no era arte, según los académicos. Solo sudor barato y adolescentes corriendo.


Años 80: blockbusters fuera, drama aburrido adentro


En los 80, la Academia se puso exquisita. Tan exquisita que ignoró Blade Runner, Ghostbusters, Indiana Jones, E.T., Volver al futuro. Porque claro, ¿quién querría premiar películas que cambiaron la cultura pop?


La joya del desastre: Raging Bull pierde con Ordinary People. The Shining no existió para la Academia. Scarface tampoco. Y Die Hard, quizás el mejor thriller de acción, no fue ni considerada. Porque la acción era cosa de tipos musculosos sudando, y no de cine.


Años 90: Weinstein y los premios con GPS


En los 90, Harvey Weinstein perfeccionó el arte de hacer lobby con champagne. De su mano, películas como El paciente inglés ganaron sin que nadie terminara de verlas. Pulp Fiction, Fight Club, The Truman Show, Matrix, El gran Lebowski… joyas ignoradas mientras ganaban biopics lloronas o dramas con acentos británicos.


¿El mensaje? Si no hay sufrimiento y un violín de fondo, no hay Oscar.


Años 2000: intentos de modernidad con sabor a cartón


Los 2000 nos dieron uno de los mayores WTF en la historia del Oscar: Crash gana a Brokeback Mountain. Una lección sobre prejuicio racial digna de clase de primaria venció a una obra humana, sensible y cinematográficamente superior.


The Dark Knight fue ignorada, y la Academia, avergonzada, cambió las reglas para que más películas pudieran competir. Una especie de “perdón, no sabíamos que te gustaba el cine”.

Mientras tanto, Memento, Kill Bill, Children of Men y Eternal Sunshine of the Spotless Mind miraban desde la banca. Premiar Chicago y A Beautiful Mind fue lo más osado que se permitieron.


Años 2010: algoritmo, corrección política y caos


En la última década, los Oscars quisieron reinventarse. Ser relevantes. Pero lo hicieron como un tío que empieza a usar TikTok. Premiaron Green Book sobre Roma, porque al parecer el racismo es más cómodo cuando viene con chistes. The Social Network perdió contra El discurso del rey, que viene con certificado de melatonina incluido.


Y el colmo: Bohemian Rhapsody arrasa con premios mientras su montaje es una pesadilla de escuela de cine. Denis Villeneuve fue ignorado por Blade Runner 2049, mientras películas “prestigiosas” desfilaban con sonrisas forzadas y discursos de compromiso.


El historial de los Oscars es tan predecible como decepcionante. Lo que alguna vez se pensó como un símbolo de excelencia es, en muchos casos, un espejo de los prejuicios, modas y presiones del momento. ¿Significa esto que no vale la pena seguirlos? Para nada. Como todo buen escándalo, los Oscars son divertidos justamente por lo ridículo.


Lo que sí está claro es que si quieres saber cuál fue realmente la mejor película del año, no mires quién se llevó la estatuilla. Mira quién fue ignorado. Porque en el mundo del cine, ser ninguneado por la Academia… puede ser el mayor elogio.

Escrito por Natali Hurtado

Editora Revista LaBocaMag - Estudiante de Historia y Crítica del Arte


¡Wow!... Creo que no hay una mejor expresión que ésta para comenzar a hablar de la película La Bachata de Biónico, una producción que tiene de todo menos bachata.


Ante todo, describiría esta película como un golpe de realidad muy fuerte que nos lleva por un viaje progresivo hacia la decadencia total. Una tragicomedia que, para mí, es en sí misma un cubetazo de agua fría y un despertar a una realidad que sinceramente desconozco en su totalidad —la vida en los barrios, el perfil psicológico y emocional de los adictos, su deseo de superación y su forma de vivir, de sentir y de expresar el amor—. La Bachata de Biónico retrata la pobreza, la lucha contra la adicción y los vicios, recordándonos que no tienen clase social y que habitan tanto en los callejones como en las casas de lujo de la alta sociedad. En la película se puede ver la estrecha conexión entre los polos sociales, indistinguible a simple vista pero latente y real.


La Bachata de Biónico me dejó un sabor amargo en el paladar, pero al mismo tiempo me generó un sentimiento de compasión profunda, casi piadosa, por quienes —desde mi perspectiva— viven en una realidad paralela, tan distinta a la mía, tan cruel, tan carente de sentido, tan despreocupada, tan fría, tan promiscua, tan cómica y tan mágica a la vez. Verlos vivir en condiciones tan decrépitas, con recursos escasos para el día a día, sumidos en una pobreza extrema y sin una verdadera intención o conciencia de escapar de ella —pues invierten lo poco que consiguen en sus vicios—, fue un gran choque emocional para mí. La conexión que entablé con estos personajes fue tan intensa que, en más de una ocasión, me sorprendí diciendo en voz alta: “Ay, no”, “no hagas eso”, “pobrecito”, “no way”, “¡Dios mío!”.


Si todo esto es real y la trama se escribió en base a una investigación del entorno que se proyecta —lo cual no pongo en duda—, concluiría que, en los barrios de República Dominicana se vive aún peor de lo que imaginaba. Y si la intención de La Bachata de Biónico es generar esta conciencia, aplaudo la valentía y la osadía de Yoel Morales y Cristian Mojica, al adentrarse en un universo como éste, que si fuera literatura yo lo catalogaría como “realismo marginal urbano”



Hablemos de los aspectos técnicos de la película... Desde que comenzó me incomodó el movimiento de cámaras, los cortes bruscos y el aparente desorden entre escena y escena. Sin embargo, luego todo cobró sentido cuando entendí la lógica detrás: La Bachata de Biónico es, en realidad, la filmación de un documental dentro de una película. Su estética cruda, la organicidad del montaje, la iluminación y la colorización se justifican dentro de esa narrativa. Ese caos aparente es consciente, intencional, funcional y coherente con el universo que la película retrata.


Me sorprendió —y al mismo tiempo no— que la película tiene rasgos de un realismo mágico cotidiano muy sutil pero fascinante. Me encantaría conversar con Yoel Morales sobre una escena en particular: aquella en la que varios personajes aparecen adorando al “Águila”  frente a un altar. Me intriga saber si esa imagen proviene de una práctica real o si es fruto de su creatividad. 


No quiero spoilear, por eso este texto es muy parcial y más argumentativo en cuanto a aspectos generales, pero no puedo dejar de hablar de los actores principales. Por un lado Manuel Raposo, quien interpreta a Biónico, con una capacidad de desdoblamiento sorprendente y digna de admirar. Lo he visto en otras producciones, tanto teatrales como cinematográficas, y cada vez que creo haber visto lo mejor de él, vuelve a superarse. Creo que no hubo nadie mejor que él para interpretar este papel, porque, lo maravilloso de Manuel Raposo es que le imprime a Biónico un balance perfecto entre comicidad y seriedad. Tiene ese “je ne sais quoi” que hace que, aunque nos provoque risa, nunca le perdamos el respeto.


Por otro lado El Napo, que interpreta a “El Calvita”, de quien no tengo muchas referencias, pero de quien debo decir que, indiscutiblemente hace un gran trabajo como actor de reparto y acompaña a Biónico complementando cada escena con una naturalidad indescriptible.


Aunque la película me encantó, hay aspectos que me dejaron con preguntas. No comprendí del todo por qué se titula La bachata de Biónico, ni logré descifrar completamente el final. Solo puedo imaginar que Biónico termina por rendirse ante los vicios porque ya no le queda nada ni nadie por quién luchar, por quién cambiar, ni por quién vivir —su droga real, el amor—. Intuyo que el hombre de la carreta (o algo similar) viene a buscarlo en la última escena, como símbolo de ese destino que inevitablemente le espera.


Concluyo aplaudiendo esta valiente y necesaria producción, e invitando a todos a disfrutar del Festival de Cine Fine Arts Hecho en RD, que se está celebrando en Caribbean Cinemas de Novo Centro. Un festival digno de disfrutar.

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